La primera versión de este artículo fue publicada en el año 2011 en la segunda edición de Animales y Sociedad. Una versión revisada fue publicada el 2 de mayo de 2020 en la página web de la Revista Lanzas y Letras.
Hay quienes optan por una dieta ovo-lacto-vegetariana por convicción ética, con la seguridad de que se trata de la mejor forma de ayudar a los animales. Sin embargo, cuando les hablan de veganismo, lo caracterizan como una postura extremista que en la práctica resulta complicadísima. Pero, si ya tomaron la decisión de excluir de su dieta las carnes, ¿por qué el veganismo les parece tan extremo?; si los argumentos éticos contra el consumo de carnes parecen adecuados, ¿por qué cuando se trata del veganismo dichos argumentos no les resultan convincentes?
El veganismo es una postura ético-política que incluye en la práctica una dieta vegetariana estricta, en la cual, no sólo se excluyen las carnes, sino también cualquier otro producto de origen animal como la leche, los huevos y sus derivados. Al respecto, una persona vegetariana podría preguntar: ¿por qué dejar de consumir huevos o leche si éstos no implican la muerte ni el sufrimiento de la vaca o de la gallina?
Para comenzar es necesario aclarar que, contrario a lo que muchas personas creen, la producción de huevos y leche sí implica sufrimiento para la hembra productora e incluso puede llevarlas a la muerte. Algunos afirman, por ejemplo, que detrás de un vaso de leche hay más sufrimiento que detrás de un pedazo de carne, ya que el primero implica un largo periodo de explotación y confinamiento, además del posterior sacrificio. No obstante, hay una razón más profunda que el sufrimiento; el problema es más complejo y radica en la explotación misma y la base que la sustenta: el especismo.
Para analizarlo podríamos pensar por ejemplo en una granja “feliz”, en donde las gallinas o las vacas no están confinadas. En esta situación las condiciones de vida de los animales, sean vacas o gallinas, no son tan terribles como las de una granja industrial y se podría objetar que, de cumplir al pie de la letra los estándares de “bienestar animal”, qué de malo puede haber con estas granjas. Sin embargo, estas vacas y gallinas siguen siendo consideradas, erróneamente, como propiedad de alguien que cree tener el derecho a explotarlas. El problema es que, aunque se mejoran las condiciones de vida del animal, no se rompe el prejuicio especista; por el contrario, se refuerza la idea de que la especie humana tiene el derecho de explotar a las especies no humanas, puesto que el problema radica en el trato y no en la relación de dominación y apropiación de la vida de los otros.
En este punto podríamos preguntarnos si nuestro interés cuando llevamos una dieta vegetariana reside en el rechazo de la explotación y la esclavitud animal no-humana o en la simple defensa de su bienestar, sin cuestionar el sistema de opresión subyacente.
La diferencia entre una postura que rechaza la explotación animal de aquella que rechaza únicamente el provocar sufrimiento al animal podría parecer muy sutil a primera vista, puesto que rechazar la explotación animal implica rechazar el sufrimiento y procurar el bienestar de los animales. Sin embargo, el problema se presenta cuando la defensa por el “bienestar animal” se convierte en una retórica que sustenta el sistema de esclavitud, es decir, cuando se orientan las acciones hacia el “bienestar animal” en condiciones de explotación que no son cuestionadas.
Para entender mejor la diferencia podríamos considerar el ejemplo anterior de la “granja feliz”, en donde las condiciones de vida de los animales apuntan al bienestar animal. Desde la postura bienestarista, la “granja feliz” beneficia a los animales no humanos. Pero desde una postura que promueve la abolición de la explotación animal, dicha granja afecta la vida y la libertad de los demás animales, ya que los priva de su desarrollo social e individual.
El bienestarismo, por lo anterior, defiende el bienestar de los animales y hasta ahí llega. Una postura abolicionista reconoce a los demás animales como individuos y cuestiona el antropocentrismo que jerarquiza a los animales y justifica la explotación del ser humano sobre el resto de vivientes.
Por otro lado, hay quienes consideran que cuando se hacen reformas de tipo bienestarista se está construyendo un camino para que se acabe la explotación animal, puesto que dichas reformas implican un reconocimiento humano del sufrimiento de los no humanos. En este caso, lo que se supone es que las personas serán más sensibles ante el sufrimiento no-humano y por ende, algún día, dejarán de explotar a los demás animales. Esta afirmación es similiar a considerar que al darle mejores condiciones de vida a los seres humanos en condición de esclavitud se está construyendo un camino para lograr su liberación. La realidad muestra que, contrario a tal afirmación, las granjas “felices” refuerzan la explotación animal en vez de constituir un camino para su abolición. Un ejemplo claro de ello son las granjas productoras de los llamados “huevos felices”.
Su publicidad de “bienestar animal” es tan impactante que han aumentado los niveles de consumo de huevo. Esto se debe a que las personas se sienten más cómodas consumiendo este tipo de huevos, ya que suponen que no hubo sufrimiento en su producción y, por lo tanto, consumen más. El problema es que estas granjas no solo aumentan el número de gallinas explotadas, sino que refuerzan y justifican su condición de explotadas, en tanto sus condiciones de vida se enmarquen en los parámetros del bienestar.
Ampliando nuestra perspectiva podemos observar que el veganismo más que una dieta es una postura ética y política que rechaza todo tipo de explotación animal y tiene como objetivo la liberación animal, es decir, abolir su condición de explotados.
El veganismo implica un estilo de vida coherente, de rechazo a cualquier producto que provenga de la explotación de los no-humanos, como artículos para la vestimenta o calzado hechos con pieles, elementos de aseo o cosméticos testeados en animales, formas de entretenimiento donde se explota al no-humano, entre muchas prácticas más.
El veganismo, como una postura ética y política, rechaza la explotación de los animales y el especismo. El término especismo hace referencia a la discriminación en virtud de la especie y denota la importancia que se le otorga a los intereses de una determinada especie sobre otra. Además, hace referencia a la jerarquización que el ser humano ha impuesto a los demás animales y con base en la cual justifica la explotación de estos. De este modo, cuando los animales humanos damos prioridad a nuestros intereses, subvalorando los de otro animal por el mero hecho de que este pertenece a otra especie, estamos siendo especistas.
El especismo, al igual que el racismo y el sexismo, establece roles de dominación de un grupo sobre otro, a saber: el blanco sobre el negro, el hombre sobre la mujer, los opresores sobre los oprimidos, el amo sobre el esclavo, el explotador sobre el explotado, el humano sobre el no-humano.
¿Es difícil adoptar el veganismo?
Los seres humanos somos animales de costumbres y estas están tan arraigadas en nuestra vida cotidiana que deshacernos de ellas es un problema. Al estar inmersos en una cultura antropocéntrica nos es difícil aceptar que somos especistas; más aún, nos es difícil reconocer que podemos vivir sin tener prácticas especistas. Desde la niñez nos han educado para ver a los demás animales como objetos dispuestos a satisfacer nuestras “necesidades” y antojos. Sin embargo, cambiar nuestras costumbres no es imposible y es mucho más fácil si ya hemos cambiado nuestra conciencia y nuestra forma de percibir a los demás animales. Si hemos dejado de considerar a los demás animales como inferiores y otorgarnos a nosotros mismos el privilegio de explotarlos, no nos costará tanto trabajo dar el paso hacia el veganismo, y aun cuando en la práctica sí lo fuera, no sería un sacrificio tan grande. Existe una inmensa variedad de alimentos vegetales deliciosos en sabor y ricos en nutrientes por conocer.
Comenzar a llevar un estilo de vida vegano, es decir, hacer del veganismo una práctica cotidiana y permanente, puede parecer complicado en un principio, pero posteriormente podemos aprender trucos, recetas y consejos que pueden facilitar el veganismo en la vida cotidiana. Si en la práctica resulta complejo encontrar alimentos veganos fuera de casa, podemos llevar nuestra merienda a donde vayamos.
Optar por una alimentación vegana implica la responsabilidad de organizar nuestras comidas y de estar al tanto sobre la combinación de nutrientes necesarios para mantener nuestro cuerpo saludable. Por eso una persona vegana no espera a que otra cocine para ella, sino que aprende a ser autónoma con su alimentación, cocinando y aplicando recetas para compartirlas con otras personas. Si realmente deseamos transformar nuestra relación con los demás animales y transformar nuestros hábitos de consumo, no será difícil hacerlo, especialmente cuando tenemos la convicción de que la explotación animal debe ser abolida.
¿El veganismo como una postura individual?
Si bien la decisión de consumo recae sobre nosotros como individuos, una postura vegana que se limite a seguir un patrón individualista de consumo no constituye un gran avance para la abolición de la explotación de los no-humanos.
El veganismo como postura ética y política no puede caer en las mismas lógicas capitalistas; no puede consistir en un cambio de consumo de unos productos por otros que tengan la etiqueta “vegan”, pues esto implicaría limitar la alimentación a la oferta del mercado; las prácticas veganas deben apostar por una alimentación consciente que cuestione el origen de los alimentos, priorice los alimentos locales y las verduras de los mercados campesinos, con un horizonte en la soberanía alimentaria y una transformación estructural de la cultura especista y capitalista, creando nuevas formas de relacionarnos con los demás animales.
En conclusión, las únicas prácticas que pueden transformar las relaciones de explotación que imponemos a los demás animales son las prácticas veganas. Dichas prácticas deben entenderse colectivamente y políticamente, puesto que la liberación animal solo será posible si hay una transformación estructural en la cual el veganismo no se presente como una alternativa de consumo más. Sumado a ello, es necesario insistir en que el vegetarianismo no puede alcanzar los propósitos de liberación, sino que es necesario abrazar el veganismo. En ese sentido, las prácticas veganas son el comienzo del proceso emancipatorio que puede conducir a la liberación animal.