Sobre Animales y Crisis Socioecológica

por | Nov 18, 2024

Por Eduardo Rincón Higuera1

El sufrimiento, el dolor y el daño infligido a los animales no humanos a diario, en tanto víctimas e insumos del modelo socioeconómico imperante, es uno de los ‘elefantes en la habitación’2 de las discusiones sobre crisis ecológica, cambio climático, crisis económica y crisis de civilización. La creciente tendencia de ‘preocuparnos’ por la crisis ecológica, los masivos llamados a ser ‘ecológicos’, ‘responsables con el medio ambiente’, se presentan incluso sin saberlo como éticas del encubrimiento que invisibilizan y normalizan formas crueles e inmorales de explotación animal y las disfrazan de necesidades y ‘naturalidades’ de las cuales no podemos prescindir, bien sea por preservar tradiciones, por brindar entretenimiento, por hacer avanzar la ciencia o para no morir de hambre. 

Imagine entonces el lector una hipotética cumbre de líderes mundiales a punto de tomar decisiones concretas para afrontar el cambio climático y la crisis ecológica y que durante días enteros no se diga una sola palabra sobre capitalismo, ganadería y explotación animal en general. Son muchos elefantes enmudecidos haciendo todo tipo de peripecias para ser observados, tenidos en cuenta, analizados críticamente pero que, a fin de cuentas, pasan totalmente desapercibidos y hacen parte del decorado y del paisaje. La habitación sigue llena de elefantes que van a tener que gritar una y otra vez, de manera contundente y en contra de la corriente que, al interior del capitalismo, e ignorando el asunto de la explotación animal, no es posible salir del atolladero en el que nos encontramos; que no es posible transitar hacia escenarios justos posteriores a la crisis de civilización actual; y que no hay un futuro prometedor para los humanos y demás animales que habitamos el planeta tierra. 

En el fondo, no es tan hipotético el ejemplo, sino más bien una especie de síntesis caricaturizada de lo que en realidad sucede en diversas cumbres mundiales donde las fronteras de lo deseable, lo justo y lo bueno no trascienden el límite de la propia especie. No obstante, la dimensión de la problemática socioecológica en la que nos encontramos, exigiría de nosotros éticas lo suficientemente radicales como para ir a la raíz de la crisis, y ser lo suficientemente amplias y sensibles para reconocer que los humanos no son las únicas víctimas del colapso y que millones de individuos animales se ven, incluso en términos numéricos, mucho más perjudicados por lo que está sucediendo y lo que sucederá en los próximos decenios.

En ese sentido, tendríamos que transitar hacia éticas anticapitalistas y antiespecistas3 que estén atentas y sean críticas de la crisis de civilización actual y los subsiguientes impactos en términos de crisis económica, alimentaria, energética y política. Tendrían que ser éticas que salgan de la zona de confort de las obligaciones legales y morales intrahumanas, y que se aventuren a escuchar los aullidos, graznidos, barritos o mugidos en la habitación para encontrar allí nuevas labores de suficiencia, nuevos desafíos y relaciones de alteridad, nuevas configuraciones de convivencia que le darán un nuevo sentido a aquello que consideramos, como cambiar las formas de vida, consumo y producción. Unas éticas de oídos amplios para encontrar nuevas formas de transición, más allá del capitalismo y del especismo, para superar la crisis de civilización en la que nos encontramos. 

La configuración de esas éticas tendría que estar muy atenta a los datos y diagnósticos que muchas disciplinas arrojan de manera incesante y que dan cuenta de la fragilidad del mundo como habitación, como hogar de los seres sintientes humanos y no humanos que devienen sujetos de atención o preocupación moral y que se muestran como víctimas (aunque en el caso de los humanos, como perpetradores también) del colapso mundial. También tendrían que mostrarse críticas de las estructuras económicas y políticas que sustentan y justifican las diversas formas de explotación, sin discriminar si éstas son cometidas contra animales humanos o no humanos, y brindar alternativas de transición anticapitalista y antiespecista en una simbiosis compleja, retadora y, por supuesto, no exenta de dilemas, incoherencias y desafíos. Son éticas del esfuerzo, de la autocontención, de la interdependencia, de la resistencia y de la acción que tratan de ir más allá del capitalismo y del especismo y que le ponen atención al elefante memorioso que barrita sin cesar en la habitación en ruinas que es el mundo. 

Uno de los elementos clave es que la crisis exige una respuesta ética y, desde nuestra perspectiva, también una respuesta política y una capacidad de análisis crítico, de esfuerzo, de coherencia, de suficiencia, y de la apertura a la sensibilidad e intuición. De esas respuestas dependerán los nuevos senderos que construyamos para transitar y las nuevas ‘hojas de ruta sin mapa’ que den cuenta, en primer lugar, de una nueva aventura de la cultura; y, en segundo lugar, de un nuevo tipo de ‘atención moral’ que le otorgue importancia capital al modo en que habitamos la habitación y al modo en que nos relacionamos con los co-habitantes en las múltiples formas de relacionamiento, cuya complejidad y diversidad nos permiten entender la multidimensionalidad de la crisis a la que nos enfrentamos.

En ese sentido, el escenario en el que nos encontramos no es otro que el de la dominación del capitalismo que, en su fase actual, arroja unos resultados sociales, económicos y ecológicos desastrosos desde la perspectiva de la igualdad, la equidad, el bienestar, la justicia, entre otros. Nos enfrentamos a un “capitalismo patriarcal fosilista global financiarizado (…) [que] mina hasta tal punto sus propias bases ecológicas, sociales y culturales que posiblemente no deberíamos estimar su esperanza de vida en siglos, sino más bien en decenios” (Riechmann et al., 2014, p.13).

Las características de dicho capitalismo, cuyo mantra ineludible es el del crecimiento sin considerar los límites biofísicos del planeta, nos enfrenta al padecimiento de una doble crisis energética, con dos caras igualmente dramáticas. Por un lado, una crisis de los sumideros y la excedencia de la capacidad de carga de la tierra. A esto contribuye de manera descomunal la ganadería extensiva a través de la deforestación de la selva para pastizales y crianza de ganado, y a través de la erradicación de la pluralidad agrícola y el incremento de los monocultivos de soja, maíz y trigo para la alimentación de los animales explotados en la ganadería intensiva. Por otro lado, la crisis de las fuentes, cuyo panorama es la inminencia del pico del petróleo4 y el final de la era del petróleo barato. 

Esa doble cara de la crisis energética nos pone en el escenario de un cambio de sistema energético que requiere una transformación socioeconómica enorme. Se ve, además, potenciada por el sobreconsumo de recursos naturales y la matanza masiva de individuos animales a causa de las actividades humanas. En ese sentido, ante la crisis, el saldo para los animales es de cantidades ingentes de sufrimiento, dolor, daño físico y psíquico directo en el contexto de la industria ganadera y, además, por los mismos perjuicios producidos por las ‘externalidades’ de dicha actividad (contaminación de los acuíferos, acidificación de los océanos, entre otros tantos). 

El modelo del mundo que habitamos actualmente es un modelo industrial de carácter depredador basado en el dominio y la explotación multinivel. Dicho modelo económico y productivo se ve enriquecido y justificado, además, por la prevalencia de una cultura que estimula e incentiva la acumulación, el crecimiento y el sobreconsumo. Por ello, afirmamos que es necesaria una crítica al modo de producción y de consumo capitalista, y también un cuestionamiento al concepto de progreso y crecimiento que amenaza la sostenibilidad ecológica y la vida de millones de individuos animales. El capitalismo es incompatible con la sustentabilidad de la naturaleza (entendiendo sustentabilidad como vida buena al interior de los límites planetarios) y con la consideración moral de los animales en tanto seres sintientes, con intereses y capacidades, a quienes en su vida les puede ir mejor o peor. 

Ante ese escenario, necesitamos modelos agrícolas que encajen de nuevo en los ecosistemas, así como agriculturas climáticamente inteligentes que den un paso más allá de la ganadería y de la explotación, y que radicalmente den el salto hacia una dieta basada en vegetales que, más que nunca, evidenciará el asunto ético y político que se esconde detrás de la explotación animal para el consumo: dolor, daño y sufrimiento para los animales; desigualdad y hambruna para los humanos; y degradación planetaria.

Así las cosas, necesitamos éticas de lo colectivo que superen la miopía intertemporal, entendida como la preferencia por los beneficios inmediatos en detrimento de los futuros, y también la miopía interespecie, caracterizada por la preferencia de los beneficios para los humanos en detrimento de los beneficios de la vida misma, de los no humanos. Somos cortos de mira al no ver más que nuestra propia cama en la habitación que compartimos con millones de seres sintientes y valiosos en cuyas vidas les puede ir mejor o peor. Esas miopías se hallan asentadas en una serie de relatos globales que configuran la cosmovisión del individuo y que alientan, justifican y promueven el tan apreciado lifestyle del consumo y la sobreproducción. Sobre la base de esas éticas podremos empezar a fracturar toda una serie de pantallas culturales, marcos cognitivos y éticas del encubrimiento que nos impiden ver la importancia capital que tiene la transfiguración de la relación con la tierra como organismo vivo, con las generaciones futuras y con los animales no humanos en tanto individuos sintientes para hacer frente de manera auténtica y radical a la crisis socioecológica que ya padecemos, tanto ellos como nosotros.  

Por último, otro de los desafíos que exige este repensar el modo en que nos relacionamos con los otros animales y con la Tierra en tanto organismo vivo es la construcción de puentes entre movimientos sociales y reivindicaciones ético-políticas. En ese sentido, la ética animal antiespecista podría aprovechar el amplio caudal científico, económico y político del que se ha fortalecido el ecologismo crítico y sumarle las bondades de la ampliación de la consideración moral de la vida sintiente. Así las cosas, el tipo de ‘puente’ o ‘construcción’ de la que hablamos pone en aprietos a los ecologistas tradicionales, y le abre paso a una ética ecológica crítica atenta moralmente a todos los individuos sintientes. También, pone en aprietos al antiespecismo miope que se queda en los intramuros de la ciudad y tiene poca atención al contexto de crisis global y, por ello, a los asuntos políticos, económicos y ecológicos a los que se ven enfrentados todos los animales, humanos y no humanos. La ecología, como disciplina científica, no tiene la culpa de que algunos ecologismos, en tanto movimientos sociales, hayan optado con ventajismo por la lectura antropocentrada y discriminatoria del lugar de los seres humanos en el mundo y que muchos de ellos hayan configurado éticas del encubrimiento que deliberadamente voltearon la mirada e invisibilizaron a los individuos animales como víctimas de primera línea de la crisis civilizatoria. 

Habrá que repensar también la ética animal antiespecista a la luz de un ecologismo crítico, filtrado de sus residuos antropocéntricos y especistas, para que se vea enriquecido por la cantidad de información científica sobre la compleja vida de los animales y su lugar en la tierra. Además, para que pueda aprender de la lucha política y económica reivindicatoria que hace décadas vienen sosteniendo los ecologistas y que el animalismo apenas viene reconociendo.


  1. Filósofo. Militante antiespecista y ecopolítico. Miembro del equipo editorial de la Revista Latinoamericana de Estudios Críticos Animales. Profesor e investigador universitario en temas de Ética Animal, Éticas Ecológicas y Filosofía Helenística ↩︎
  2. Expresión anglosajona para referirse a la paradoja de un problema tan enorme que, por su tamaño, no se ve y logra pasar desapercibido, bien sea de manera voluntaria o involuntaria.
    ↩︎
  3. Entendiendo el especismo como una forma de discriminación arbitraria que prioriza y valora la vida y los intereses de una especie por encima de la otra. En este caso, la idea moral de que la especie humana es más valiosa que las demás especies animales y que ello justifica que maltratemos y explotemos a estos últimos. ↩︎
  4. También llamada cénit del petróleo, entendido como el momento en el que se llega al límite de la extracción petrolera global.
    ↩︎


Referencias:
Riechmann, J., Carpintero, O., Matarán, A. (2014). Los inciertos pasos desde aquí hasta allá: alternativas socioecológicas y transiciones poscapitalistas. Editorial Universidad de Granada.

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