Durante la pandemia hemos visto noticias de animales no humanos que viven en las calles o han sido adoptados por personas en esa misma situación de habitabilidad, noticias que son, desafortunadamente, muy poco alentadoras en lo que a bienestar animal se refiere. En esta oportunidad vamos a abordar tres de ellas, publicadas en los dos primeros meses de 2021.
Comencemos con la historia de Acacio, un hombre de nacionalidad venezolana que desde hace varios años vive en Bogotá y al que siempre se le veía acompañado de muchos perros al oriente de Bogotá, muy comúnmente en la esquina de un supermercado ubicado en la calle 85, llevando consigo tazas de comida y pidiendo dinero para alimentarlos. Sin embargo, muchos de estos animales no vivían en las mejores condiciones. Un aspecto por resaltar tiene que ver con las denuncias ante la administración distrital por la acumulación de animales y los rumores de robo de perros por parte de este habitante de calle, muchos de ellos denominados “de raza”. Una situación que llevaba casi diez años, y que volvió a ser noticia a mediados de enero porque una ciudadana denunció el hallazgo de cadáveres de perros en los cerros orientales. Luego de la búsqueda por parte de las autoridades locales, se evidenció que se trataba del cambuche de Acacio, donde había, además de animales vivos amarrados, otros muertos, en estado de descomposición colgados de los árboles y, en general, un espacio de total abandono que nadie se esperaba.
La segunda noticia ocurría en el centro de Bogotá y relata el caso de Don Jesús, un habitante de calle que se le veía continuamente por la Candelaria con un carro en el que transportaba a sus perro/as y un tanque de oxígeno. Era común ir al centro y encontrarlo por la carrera séptima, tenía 61 años y cuidaba una decena de perros principalmente criollos, de varios tamaños y edades. Hasta que el pasado enero murió debido a una enfermedad pulmonar, dejando a los animales desamparados.
La tercera noticia ocurre a principios de febrero, ya no en Bogotá sino en Ubaté (Cundinamarca), un municipio que queda a menos de dos horas de la capital y que fue noticia gracias a su Alcalde Jaime Torres, a quien se le ocurrió que la mejor manera de ahorrar dinero para su municipio, era sacrificando a todos los perro/as que se encontraran en situación de calle y cuyos mal llamados “dueños” no fueran a reclamarlos en un plazo de quince días. Se propuso sacrificar una población canina, de más de 500 perros y perras que, según el alcalde, le ayudaría a ahorrar varios millones de pesos que gasta el municipio para mantenerlos.
Tres situaciones diferentes que evidencian, en primera medida, la situación de vulnerabilidad en la que se encuentran los animales callejeros frente a la muerte, la violencia, y todo esto sin ningún tipo de implicaciones legales o ética. Puntualmente en el caso de Acacio, si bien hubo intervención por parte del Instituto de Protección y Bienestar Animal – IDPYBA – hay que tener en cuenta que cada adopción y muerte de muchos de estos animales se ha dado en condiciones que aún no son claras. Han sido muchos años en los que estos animales estuvieron a su disposición permanentemente, y al parecer sin ningún tipo de regulación o intención de avanzar en procesos de adopción. Y es que encontrar animales colgando y pudriéndose en los árboles deja mucho que pensar, independientemente de las justificaciones que han manifestado personas cercanas o que conocían al sujeto en mención. Hoy no se sabe de la suerte de Acacio, pero la situación en que se encontró su cambuche es evidencia de que los animales bajo su cuidado no estaban en las mejores condiciones.
Pero qué hacer si por ejemplo tenemos alcaldes, como el de Ubaté, que aunque se retractó debido a la presión social, cree que debemos exterminar periódicamente a los perros callejeros, ignorando que existen leyes en Colombia cuyo objeto es mitigar el maltrato animal que actualmente comete no solo la sociedad civil, sino funcionarios/as de las diferentes instancias del Estado colombiano. El Alcalde Jaime Torres ignoró leyes como la 2054, que se aprobó en septiembre del 2020, y que menciona, entre otras disposiciones, que en todos los distritos o municipios se deberá establecer un lugar seguro para los animales domésticos de compañía, de acuerdo con la capacidad financiera de las entidades. Allí indica que si este no ha sido reclamado pasados treinta días calendario, se declarará en estado de abandono y se promoverá su adopción, no su sacrificio, como arbitrariamente propuso el alcalde de Ubaté. Y otras como la 84 de 1989 que determinó como delito el maltrato animal o la 1774 del 2016 que reconoce a los animales como seres sintientes. Ahora bien, es parte de nuestra responsabilidad como ciudadana/os, así como de los organismos de control del orden territorial y nacional, hacer seguimiento a los funcionarios públicos de Colombia, en cuanto al conocimiento e implementación de cada una de estas leyes. No obstante, resulta evidente que, como en muchos otros ámbitos, son responsabilidades que pasan a un segundo lugar por cuestiones económicas, igual o peor a como sucede con las leyes que protegen los derechos y el bienestar de los mismos seres humanos.
Aún así, la corresponsabilidad que existe en el trato que le brindamos a las demás especies, no solo las que se consideran como domésticas, consiste también en entender cuáles son las implicaciones que tiene cuidar un animal no humano, y más si se toma la decisión de adoptar uno o más. Esta decisión requiere, no solo de tiempo, sino de una capacidad económica que la mayoría de veces es más alta de lo que puede contemplarse inicialmente, también porque muchos/as de los animales que llevan tiempo en la calle están en condiciones de salud delicadas, por el mismo maltrato y abandono al que son expuestos diariamente. Una labor muy admirable pero también muchas veces costosa y agotadora, también hay que tener en cuenta que es una responsabilidad que difícilmente cuenta con el apoyo y reconocimiento suficiente por parte del Estado. Rescatar un perro/gato en Colombia no es fácil, y si revisamos casos como el de Don Jesús, resulta mucho más difícil, teniendo en cuenta sus dificultades económicas y de salud.
Son mucha/os los rescatistas y fundaciones que se dedican a cuidar y sacar adelante animales domésticos que viven en la calle, los cuales si bien pueden llegar a ser adoptados, también hay muchos/as otros que tienen pocas posibilidades de encontrar un hogar, ya sea por su avanzada edad, su estado de salud (que puede incluir también alguna discapacidad), los altos costos que tiene su manutención por tratamientos médicos temporales o permanentes, o muchas otras razones que hacen que un grupo considerable de estos animales nunca lleguen a salir de hogares de paso, fundaciones o incluso mueran en las calles si no son rescatados. Aunado a esto, la compra de animales “de raza”, en su mayoría cachorros, hace que las posibilidades de adopción de un animal criollo o rescatado sea mucho más complicado.
Todas estas noticias son situaciones que no deben ocurrir, es necesario construir una conciencia y disposición social y estatal para que no haya animales humanos y no humanos en situación de calle. Asimismo, como colectivo estamos convencidos/as que los animales no humanos requieren que tengamos consideración hacia ellos, que más que ser protegidos lo que necesitan es que entendamos que es posible cohabitar con ellos, que no se trata de un tema que solamente le compete a los rescatistas, sino que es una responsabilidad de las administraciones locales, del gobierno nacional y de la sociedad en general. Que debemos ser más solidarios con el vecino/a que rescata perros, con la fundación de al lado que saca adelante decenas de animales con los mínimos recursos, que denunciemos e impidamos en lo posible que sucedan más casos de maltrato animal en nuestro país; que seamos una sociedad que comprenda que debemos dejar de comprar animales, que entendamos al fin, que con lo que compramos una vida salvamos diez y que la vida (humana y no humana) no tiene precio.
Para esto no solo es importante transformar la conciencia, sino también las condiciones materiales de vida. No pocas veces vemos a humanos y no – humanos co-habitando la calle y construyendo vínculos de cuidado y amor. Esto permite cruzar debates sobre las condiciones de vida actuales, y sobre la solidaridad interespecie que puede llegar a surgir en medio de un sistema que le pone precio a la vida y a la muerte de todos los seres vivos. ¿Cuidar o no cuidar? la respuesta debe ser contundente, identificar en quién recae el cuidado, qué condiciones tienen para desarrollar esta labor fundamental y primordialmente, por qué es necesario asumir una responsabilidad con aquellas vidas que hemos confinado por siglos en las ciudades y que por ende se han convertido en dependientes de nuestras acciones como especie.