Artículo publicado en la tercera edición de Animales y Sociedad en 2014
Autor: Iván Darío Ávila Gaitán[1]
“Y antes de encontrar el paraje deseado destruiremos a los que como animales nos han negado”
Niñx Debacle[2]
Introducción
A partir de la segunda mitad del siglo XX, o quizá un poco antes, finalizando la Segunda Guerra Mundial, se empezaron a fraguar y estallaron diferentes luchas alrededor del globo: movimientos por la descolonización, feministas, queer, anti-racistas, anti-psiquiatría, ecologistas, indígenas, contra las prisiones, en pro de la no escolarización y en defensa de nuevas formas de educación, etcétera. Al mismo tiempo, las clásicas organizaciones orientadas a impulsar procesos de transformación social se fueron trasfigurando, relegando o, en cualquier caso, estuvieron sometidas a diversas críticas. De la primacía de estructuras centralizadas, jerárquicas y territorializadas, se pasó a optar, en muchos contextos, por el trabajo horizontal en red, la intensificación transnacional de la comunicación, la comprensión de las relaciones de poder como multisituadas/imbricadas (atravesando desde el Estado y las organizaciones supraestatales hasta la familia) y la rápida alternancia de delegados/as y liderazgos. Además, la economía (o mejor, el economicismo) y el obrero o trabajador perdieron su preponderancia paulatinamente, abriéndole paso a otras problemáticas y sujetos. En términos generales es posible afirmar que hubo un devenir libertario, incluso anarquista, de la praxis revolucionaria.
Es justamente en dicho escenario que debemos ubicar la aparición del veganismo; no del animalismo en general, sino de las prácticas veganas. Resulta, pues, poco extraño que quienes en 1944 empezaron a utilizar el término, lo hayan definido como un arte de vivir al margen y en contra de la explotación y la esclavitud animal. Tampoco es raro que, para esa misma época, se haya remarcado especialmente la continuidad entre el fin de la esclavitud humana y la animal, en un claro posicionamiento anti-autoritario que conducía a repensar la alimentación, la vestimenta, las formas de entretenimiento, entre muchos otros aspectos. En lo que resta del presente escrito, me gustaría rescatar el espíritu libertario, creativo y positivo que está presente en la emergencia del veganismo. Propondré que, tal y como ha sucedido con otras luchas, actualmente existe un veganismo mainstream institucionalizado o en vías de institucionalización, es decir, un veganismo de carácter conservador, afín a las dinámicas del capitalismo, tolerado por el Estado y congruente con diversas estructuras de poder, a tal veganismo lo llamaré, por razones que explicitaré, “moderno-colonial”. Asimismo, expondré cómo su talante conservador se deriva de un entendimiento pobre de la dominación animal y presentaré una propuesta política (ya en marcha) divergente.
Especismo antropocéntrico
“Especismo antropocéntrico” es probablemente la etiqueta más elaborada para hacer alusión a la problemática de la dominación animal (estado permanente de subordinación, explotación y sujeción). No podemos permitirnos definir de ninguna manera el veganismo sin antes comprender la complejidad del fenómeno confrontado. Es apenas lógico que en 1944 bastara con denunciar la existencia de “esclavitud”, “dominación” o “explotación” animal, términos que se presentaban y presentan aún hoy en muchos círculos como indiferenciados, para luego proponer un conjunto de prácticas allende el vegetarianismo, prácticas que, por principio, eran alternativas al consumo de cualquier “producto de origen animal”. Sin embargo, es claramente impertinente y nocivo seguir manteniendo la misma vaguedad conceptual más de medio siglo después. Lo que otrora fue revolucionario actualmente podría constituir un arma en nuestra contra, nos podría conducir a emprender acciones cándidas e infructuosas. En los albores del nuevo milenio poseemos herramientas teórico-políticas y memorias de lucha (no sólo animalistas) que, bien articuladas, nos arrojan una excelente cartografía de la cuestión animal. Si nos negamos a percibir la complejidad de los fenómenos a los cuales nos oponemos, sencillamente terminaremos calcando empresas anacrónicas y descontextualizadas con nefastos resultados. ¿Qué es, entonces, el especismo antropocéntrico hoy?
En primer lugar, el especismo antropocéntrico es una máquina[1], una máquina jerárquica, que mantiene sistemáticamente unas posiciones de privilegio y pone unos de sus componentes continuamente al servicio de otros. La máquina de jerarquización especista antropocéntrica (que, abreviando, llamaremos especismo o especismo antropocéntrico), por supuesto, no es una simple máquina técnica (como un celular o una computadora), es el nombre de un conjunto de elementos tecno-bio-físico-sociales ensamblados, es, en suma, como le llamamos a un orden de alcance global que re/produce regularmente la subordinación, explotación y sujeción animal. Subordinación: atañe a una ficción narrativa con efectos reales que implica la superioridad de los seres humanos sobre los animales (construcción de superioridad e inferioridad). Explotación: relativa al entendimiento de los animales en tanto recursos utilizables. Sujeción: modelamiento de los animales para que “autónomamente” logren ciertos comportamientos, y en el caso de algunos cierta comprensión de sí mismos, provechosos para los seres humanos. Entre los componentes de la máquina especista podemos citar los zoológicos, las granjas tradicionales e industriales, saberes, formas de hablar, relacionarnos y comportarnos, entre muchos otros aspectos.
En segundo lugar, el componente fundamental del especismo es la dicotomía humano/animal: la construcción compulsiva, reiterada, de lo “propiamente humano” en contraposición a “lo animal”. En otras palabras, la máquina sólo funciona a condición de diferenciar lo que es humano (sea el genoma, la racionalidad, el lenguaje, la libertad, etc.) de lo que es animal. Esto es verdad incluso para la biología contemporánea en sus distintas vertientes, la cual postula, en principio, que los humanos también son animales, pero no deja de preocuparse por hallar (construir) eso que supuestamente hace a los animales-humanos diferentes de otros animales.
En tercer lugar, el especismo conserva en el centro un ideal de “lo humano”, contra el cual se define “lo animal”, que tiene las siguientes características: 1) “lo humano” remite ante todo al “alma” o la “racionalidad”, no a una “realidad corporal” (en ese sentido el ser humano es exterior a la naturaleza, una exterioridad que le permite gobernarla y mercantilizarla); 2) “lo humano” es libre y autosuficiente, es por ello que puede diseñar una historia personal, una gran Historia social y tomar sus propias decisiones (los “seres humanos” actúan, hacen, no simplemente repiten o reaccionan); 3) “los humanos” son individuos, “yoes” coherentes que se diferencian entre sí, que poseen una identidad; y 4) “lo humano” se proclama universal pero, en sentido estricto y como mínimo, es (racialmente) blanco, masculino, heterosexual, cristiano, propietario, sano, productivo (trabajador), letrado y adulto. Entre más lejos esté una singularidad viviente de dicho ideal de humanidad —un ideal forjado globalmente a lo largo de siglos y siglos— menos privilegios tendrá y estará expuesta potencialmente a mayores niveles de subordinación, sujeción y explotación. Sólo entendiendo esta realidad, este ideal de humanidad, es viable trazar alianzas y líneas transversales de continuidad entre, por ejemplo, mujeres, locos, pobres, gays, lesbianas, trans, analfabetos, indígenas, ociosos, negros, animales, plantas, ríos y bosques. El especismo, como vemos, no opera únicamente sobre “los animales”, sino sobre la animalidad; el especismo tratará de controlar, subordinar e incluso eliminar todo lo que hay de animal en los “seres humanos” y, para tal efecto, pone en marcha tecnologías de especificación (es decir, tecnologías orientadas a hacer a “los humanos verdaderamente humanos”) como los cuarteles, la familia, las escuelas, las prisiones, los hospitales y los manicomios. Pues bien, si el veganismo no es capaz de afrontar este reto, el reto de dinamitar la dicotomía humano/animal y por ende el ideal de humanidad, su propósito —abolir la subordinación, explotación y sujeción animal— nunca será alcanzado. “La revolución será animalista y posthumana o no será”.
Veganismo moderno-colonial[3]
Actualmente está en boga una noción de especismo proveniente de la filosofía moral, soportada por múltiples organizaciones y activistas animalistas de diversos países. Es, sin lugar a dudas, una definición pacata que tiene como correlato un veganismo liberaloide y autoritario. De acuerdo con esta perspectiva, el especismo no es más que una “forma de discriminación” de un individuo o un conjunto de individuos con base en la especie. Simplificando, quienes apoyan esta definición por lo general parten del presupuesto de que la comunidad moral, aquella que merece consideración moral, es la comunidad de seres sintientes: animales con la capacidad de sentir placer y dolor. En concordancia, si excluimos a los animales, si los discriminamos, es por puro prejuicio, ya que, en tanto sintientes, deberían ser tenidos en cuenta. No deseo extenderme en esta descripción, sencillamente añadiré que el veganismo que se deriva de la noción de especismo mencionada, queda a menudo (no siempre) estancado en el rechazo del consumo de “productos de origen animal” o de la participación en cualquier acción que involucre la discriminación de seres sintientes tan solo por no pertenecer a la especie humana (o a una especie considerada prioritaria por los seres humanos).
¿Cuál es el problema con todo esto? El principal escollo consiste en que tras la reflexión racional asociada a la filosofía moral, escuetamente esbozada atrás, tanto organizaciones como activistas emprenden toda una cruzada para convertir el mundo en una utopía vegana. Amparados por la lógica y la Razón, y soportados con frecuencia por ciertos saberes científicos, asumen la “heroica” tarea de educar a los/as demás para que se percaten de sus prejuicios especistas y abandonen todo uso y consumo de animales. Pese a las buenas intenciones, resulta que el especismo, como fue expuesto en el acápite anterior, se fundamenta justamente en la entronización, incluso deificación, de la Razón: la característica más adorada por el humanismo moderno. La Razón y el Progreso (idea implicada en la misión de alcanzar un mundo vegano, más civilizado, menos bárbaro) suponen el ideal de humanidad que es hoy la piedra angular del especismo.
Huelga incluso recordar que los no-racionales no son sólo los históricamente construidos como animales, esa también ha sido una característica asignada a los locos, a las mujeres (estereotipadas como seres emotivos), a las llamadas minorías étnicas (cuyos saberes supuestamente no alcanzan la sofisticación del logos y se quedan en el mito), a los niños y las niñas (quienes sólo con la escolarización y cierta formación del carácter pueden acceder a la “mayoría de edad” y ser tenidos en cuenta), a muchos/as campesinos/as, a las masas empobrecidas (“incultas”), etcétera. No es casual que algunas feministas veganas se hayan levantado contra esta hegemonía de la Razón heteropatriarcal, especista, y hayan reivindicado la importancia de lo afectivo al abordar la cuestión animal. En síntesis, el anterior es un veganismo moderno-colonial porque, influenciado por la ilustración europea, y en general por una modernidad que es indisociable de una historia de subordinación y expoliación de una multiplicidad de sujetos ya nombrados, de los animales, de la naturaleza y de los “pueblos no modernos” (colonizados), pretende conquistar el globo. Adicionalmente, este veganismo se halla ligado a la elaboración de grandes programas de “incidencia política”, concibe a alguien como vegano cuando cambia su “estilo de vida”, coquetea con las empresas para que vendan “productos veganos” y se deleita cuando la organización animalista o uno de sus líderes adquieren gran visibilidad mediática.
Los veganismos o la configuración de formas-de-vida
Si el veganismo es un conjunto de prácticas vitales alternativas y opuestas al especismo, como se esbozaba ya por 1944, entonces el veganismo moderno-colonial no está a la altura de los desafíos. ¿Qué nos queda? Nos quedan los veganismos. Los veganismos son siempre plurales, incluso cuando por economía del lenguaje hablemos en singular. Éstos constituyen prácticas heterogéneas y contextualizadas orientadas a la creación de formas-de-vida[3] no especistas, aunque no se definen exclusivamente por oposición al especismo. Cuando nos referimos a una forma-de-vida no estamos remitiéndonos a seres humanos con un “estilo de vida” determinado. Una forma-de-vida, de hecho, conlleva la implosión de “lo humano”, es un ensamblaje tecno-bio-físico-social, un compuesto de elementos heterogéneos relativamente estable pero lo suficientemente móvil para no ser capturado y re-codificado. Al tiempo que la máquina especista estalla, brotan en su interior, como musgo entre adoquines agrietados, formas-de-vida sustentables pacientemente elaboradas, basadas en el cuidado y el apoyo mutuo[4]. Formas-de-vida que permiten el potenciamiento de cada uno de sus componentes. Podrán plantearse los grandes programas políticos que se deseen pero todos fracasarán, los veganismos actúan por contagio, rizomáticamente, son experimentales, pululan en donde menos se espera pero golpean sin piedad, a muerte, pues van instituyendo otros mundos. El veganismo, por ende, no consiste en la nefasta y liberaloide idea de un sujeto que cambia su dieta o su vestimenta. El veganismo es un hacer, un conjunto de haceres; en sentido estricto nadie es vegano o vegana. El veganismo es más verbo que sustantivo y siempre se está efectuando.
Los veganismos, esas prácticas antagónicas al especismo, son muchos: estás “veganizando” o “veganiando” (o, en últimas, “siendo” vegano/a) cuando, por ejemplo, elaboras alimentos que no descansan sobre la explotación animal y modelas tu sensibilidad para disfrutarlos; cuando cambias tus relaciones de mascotaje e interactúas con un compañero no-humano de tal manera que sepas que no está ahí para tu entretenimiento o satisfacción; cuando transformas tu manera de hablar y, verbigracia, no te refieres a los animales como propiedades o, inclusive, cuando te identificas como animal para intentar resquebrajar la dicotomía humano/animal; cuando objetas hacer una vivisección; cuando encuentras una paloma herida y la ayudas a recuperarse para que algún día vuelva a abrir sus alas y salga volando; cuando inventas tecnologías que potencian las habilidades de animales “discapacitados”; cuando aprecias y exploras cuestiones históricamente denostadas como el poder de la afectividad; cuando incendias un matadero y boicoteas un McDonald’s; cuando exploras las potencialidades de tu cuerpo, de sentidos como el gusto, el tacto, el olfato y, mejor aún, cuando con ellos produces conocimiento; cuando descubres formas de sociabilidad y convivencia con no-humanos; cuando expones la falsa objetividad de los saberes que se levantan sobre el especismo y contribuyen a perpetuarlo; cuando en lugar de intentar humanizar a las poblaciones animalizadas o subhumanizadas, trazas líneas de continuidad y alianzas entre todo lo que queda por fuera del ideal de humanidad; en fin… ¡a experimentar!
El veganismo, pues, no es ningún “estilo de vida” fácilmente aprehensible y mercantilizable. Nadie sabe cuántos veganismos están en marcha ahora ni cuándo se encontrarán. Lo cierto es que si se piensa que el veganismo es algo elitista o de unos cuantos sectores privilegiados, es debido a que seguramente se está haciendo alusión al veganismo moderno-colonial. Los veganismos, por definición, no son compatibles con las posiciones de sujeto privilegiadas, pues atacan el corazón del especismo: el ideal de humanidad. En otras palabras, atacan el privilegio de la ciencia, de la masculinidad, del cristianismo, de la piel clara, de la cordura, de la heterosexualidad, de la productividad, etcétera. Ser animalista actualmente, si tomamos la tarea con la radicalidad que merece y comprendemos las relaciones entre lo que no cabe en el ideal de humanidad, implica subvertir casi todo lo que nos rodea y tejer puentes con los “elementos más inmundos y despreciados de la sociedad”. Probablemente los veganismos sean una de las mejores formas de actualizar esas enigmáticas y provocadoras palabras que tantas y tantos ácratas hemos citado una y otra vez: “Mientras exista una clase inferior, perteneceré a ella. Mientras haya un elemento criminal, estaré hecho de él. Mientras permanezca un alma en prisión, no seré libre”.
Notas
[1] Irrisorio componente cuasi-anónimo de una máquina de guerra que trabaja para el Partido Imaginario (ver: Tiqqun [2014]. Esto no es un programa. Madrid: Errata Naturae).
[2] Grupo musical anarco-insurreccionalista.
[3] El concepto de máquina se lo debemos al trabajo de los filósofos franceses Gilles Deleuze y Félix Guattari.
[4] Acápite inspirado en la teoría poscolonial, los trabajos de la Red Modernidad/Colonialidad, el eco-feminismo y la epistemología feminista.
[5] Concepto retomado parcialmente del filósofo italiano Giorgio Agamben y de Tiqqun, el órgano de relación en el seno del Partido Imaginario.
[6] Debo estas ideas a la ética feminista del cuidado y a la perspectiva anarquista del “apoyo mutuo”, teorizada por Piotr Kropotkin.